Desde pequeña soy una niña sensible, y lo digo orgullosa a pesar de tener sus partes malas. El sueño de mi vida es dedicarme a arregar pequeñas catastrofes. Y os preguntaréis de que hablo. Pues empecemos por el principio.
Mi primera experiencia con la cruz roja fue algo que ha marcado un antes y un después en mi vida. Llamadme exagerada pero todos aquellos que no habéis probado a ayudar a alguien que realmente necesita esa ayuda no sabéis la sensación que deja, el buen sabor de boca, el meterte en la cama y decir: "hoy me siento más llena que nunca". También me dejó con ganas de más. Ganas de cumplir los 16 y hacer algo más grande, ya que en su momento por la edad no pude hacer todo lo que me gustaría haber hecho. Mi primer año con esta asociación consistió en cuidar de niños pequeños con discapacidades que necesitaban una pequeña ayuda con los trabajos del colegio. Además hice campañas de concienciación sobre la violencia de género y es otra cosa que te puede enseñar mucho. ¿Vosotros alguna vez os paráis a hablar con esa gente de las calles que lleva chalecos de colores y carpetas que siempre creemos que nos venden algo? Ahí estuve yo. Todos creen que pides dinero y la verdad que es un trabajo muy duro conseguir que alguien te escuche. Y eso hay que valorarlo.
No voy a seguir enrollándome porque podría daros mil ejemplos de formas de ayudar incluso con 14 años. Las ayudas no son siempre materiales. Hay quien necesita dinero, pero también quien necesita cariño, y eso podemos darlo todos.
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